A propósito de nuestro trabajo con mujeres 

En AAT brindamos un servicio psicoeducativo principalmente a personas emocionalmente dependientes a sustancias, es decir, personas que en períodos de crisis no logran separarse ni siquiera de aquello que las daña. No es algo casual; si un rasgo psicológico define a las dependencias es justamente esta dificultad en la separación. Un proceso psicológico no sólo importante, sino indispensable para el desarrollo de una vida emocional adecuada en el ser humano. 

Desde los pisos terapéuticos de rehabilitación y reinserción de AAT trabajamos con mujeres que en su gran mayoría presentan una doble condición: por un lado, son víctimas de un sistema familiar/social machista invalidante, pero al mismo tiempo dueñas de una determinada posición sintomática dentro de él. Nosotros procuramos trabajar fundamentalmente con esto último (lo único que está exclusivamente en sus manos poder cambiar) y también contra cierto empuje para quedarse sólo en lo primero, que es lo asumido y en donde encuentran al menos un lugar por muy inadecuado y peligroso que resulte, e intentar diluir así la responsabilidad subjetiva de lo segundo.

Por eso paralelamente a la contención emocional y a la motivación para el cambio, intentamos ayudarlas también, acompañándolas, a que puedan ser capaces de demandar algo más que dejar de consumir. Dejar las drogas lo supone, pero sólo con eso no basta. Es deseable que intenten apostar por un lugar de mayor dignidad y respeto hacia ellas mismas y que puedan fortalecerse, además, para sumir sus inevitables costes. Requisito indispensable para el desarrollo pleno de sus potencialidades y la concreción de sus anhelos.

Tratamos con personas con edades y recorridos socioculturales diversos que en su gran mayoría comparten junto con el abuso de sustancias, el hecho de haber sido depositarias de distintas formas de violencia de todo(s) tipo(s), no obstante, llegar a asumirse como mujeres maltratadas no suele resultarles algo sencillo ni tan evidente, especialmente si no han sufrido violencia física “intensa”. En su entender, parte de la violencia recibida queda “justificada” por su conducta adictiva, asumiéndose, por tanto, como causantes de esta. Para nosotros en cambio se trata de un concepto operativo y terapéuticamente muy relevante. Se saben sí, objeto de violencia pero el maltrato no se reduce sólo a esta cuestión. Supone, además, una participación activa en un tipo de vínculo que las lleva a ocupar una posición, no solo de objeto pasivo (que la sustancia siempre suele ayudar a «pegar») sino directamente de “resto” ante ese otro maltratador que impiadosamente avanza sobre su dignidad y vida.                             

Por lo general llegan al recurso preocupadas sólo por el consumo pero el consumo nunca viene solo: en ellas el maltrato es su otra cara. De ahí que a veces para seguir consumiendo (y una parte de la persona adicta pareciera no dejar de desearlo nunca, esa es su lucha) asumen el maltrato, naturalizándolo, aunque critiquen al maltratador. Y al revés también es cierto. 

Se trata, pues, de una problemática de doble entrada que abordamos desde una perspectiva que incluye también una mirada desde el género. Así se les ayuda a contextualizar, es decir, a convertir en social lo que de singular tiene cada una de ellas. A sentirse acompañadas. A que sepan que no están solas en su particularidad.  

Por eso creemos que logran mejorar (y mucho) cuando son capaces de ver y de renunciar a esa parte activa y sintomática de ellas mismas. Cuando caen, pero ahora en la cuenta, de que es mediante esos mecanismos que van construyendo (independientemente del nivel de conciencia que sobre esto se tenga) un tipo de consenso patológico con aquello que las destruye y mata. El maltratador siempre cuenta con ello. Del mismo modo como el «camello» que vende la sustancia cuenta con la parte adicta del adicto, esa que se activa sin necesidad de márquetin alguno.     

Por eso un buen proceso terapéutico representa siempre una toma de contacto con ellas mismas. Algo que las remite inicialmente a su propia fragilidad estructural y que, al mismo tiempo y paradójicamente por esa misma razón, permite que puedan fortalecerse ayudándolas a crear y a respetar nuevas «líneas rojas» para sí mismas y para los demás. Es en este sentido que planteamos la cuestión de la responsabilidad, no como culpabilidad, sino como ese margen resiliente y siempre disponible para poder hacer algo distinto con aquello que (les) sucede. en definitiva: para cambiar renunciando a una parte excesiva de uno mismo. porque en los procesos de rehabilitación a las drogas siempre está juego la renuncia a los tóxicos, pero también a un estilo de vida sintomático y funcional al consumo al cual también se está enganchado. Se trata, pues, de una recursividad tóxica. No hay que olvidar que además de todo esto que pasa también hay una adicción, que cuando se desea el consumo ya no se desea nada más y que detrás del consumo el único deseo que avanza es el de no vivir.

De ahí que transitar por un proceso terapéutico en absoluto sea algo pacífico, lineal ni carente de contradicciones; ningún goce se deja abandonar sin más y hay que preparase para ello. Las drogas, además, suelen dejar un vacío significativo que ahora deben ser capaces de poder atravesar. Justamente en personas a las que vivir les cuesta mucho. Por eso la contención y los limites iniciales de nuestro lado, que en verdad son protección; por eso el acompañamiento cotidiano y el refuerzo: para que logren contactar con sus potencialidades y capacidad creativa ahora al servicio de su propia superación personal, que es la única que sirve y verdaderamente cuenta. Es importante señalar que todas las personas en tratamiento logran transitar, en mayor o menor medida, por esta experiencia y que siempre resulta reveladora pues les devuelve la dicha y hasta el júbilo de saberse ahora (re)conocidas por ellas mismas y por los demás, pero en un lugar diferente. Es un “punto de restauración” que queda fijado y al que siempre se puede regresar, si se lo desea. Pero hay que desearlo mucho, y durante un buen tiempo, por encima de todo lo demás.

En suma; las dependencias no son una categoría diagnóstica sino un síntoma que remite siempre a una singularidad psíquica, de ahí que no trabajemos con una «realidad social», sino con lo particular que hace de cada persona adicta: un ser atravesado por lo social, pero sobre todo, por sus propias determinaciones inconscientes. Allí, justamente, en ese entramado, es donde la sustancia se inscribe y en donde produce la verdadera satisfacción. Satisfacción que en la persona adicta siempre es defensiva: llegar a anular tóxica y provisionalmente el dolor hasta que su ausencia, por fin, se haga placer. 

 

Este texto es una reflexión sobre la terapia en adicciones con mujeres escrita por Guillermo Seminara, director técnico y de los pisos terapéuticos de AAT, quien es licenciado en Comunicación Social por la Universidad Nacional de La Plata (Argentina, 1996).

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